domingo, 27 de septiembre de 2009

Volvió la vieja receta: represión más FMI

Por Hugo E. Grimaldi - Columnista de DyN

No son los políticos; menos los opositores; es la realidad la que ha comenzado a cercar a Néstor Kirchner, tras haberle dejado disfrutar de un par de rugidos altisonantes, luego de que se lamiera las heridas que le produjo la elección del 28 de junio.Mientras hoy en Olivos el ex presidente vive en su propio planeta, masculla su bronca contra la prensa y mantiene enroscado su pensamiento en cómo no dar un paso atrás en el Senado con referencia a la ley de medios, la calle empezó a ponerse efervescente, y la administración, en puntas de pie y casi como para que él no se entere, se está queriendo subir al mundo y genera una contracara de menú catalogado de noventista, conjunción que debería revolverle el estómago a más de un fiel seguidor del kirchnerismo porque suma dos elementos de triste recuerdo para su ideario: represión y FMI.Está más que claro a esta altura de los acontecimientos, que con el apoyo popular que surge de las encuestas por el piso y con la chequera deteriorada, Kirchner no es más rubio y de ojos azules para nadie y que por eso se le animan cada día más desde todos los frentes, incluidos los internos. También los indicadores de inflación, recesión y desempleo han hecho lo suyo para limar al matrimonio gobernante en la consideración pública y para sumarle fichas al ardor popular en su contra, aunque en el Indec se mueran de risa de la opinión pública al decir que la pobreza se redujo, pese a que todos esos indicadores en línea muestran lo contrario. En todo caso, si bien la ocupación de la calle, de las empresas, de las escuelas y de las universidades siempre fue una constante en tiempos de los Kirchner, el principal problema para adoptar ese camino de amplia tolerancia hacia esos delitos bien pudo no ser ideológico, sino una notoria falta de equilibrio y de impericia a la hora de elegir las políticas adecuadas para gobernar, lo que le está jugando en contra al matrimonio.

Por eso, posiciones de izquierda les pasan amplias facturas, ya que no pueden entender cómo un gobierno que se dice progresista y popular, que les dejó liberado el campo desde siempre para congraciarse y que tal vez usó dineros públicos para controlarlos, no actúa como tal y se somete a los factores de poder que ellos detestan: las empresas y la CGT de Moyano, que tildó a quienes tomaban la fábrica de la ex Terrabussi de fuerzas de la ultraizquierda.El jefe cegetista actuó además de modo corporativo, ya que el problema sindical se está dando cada vez con mayor asiduidad en comisiones internas que no responden a sus gremios, como los trabajadores de subterráneos con la UTA, los petroleros del Sur con el SUPE y ahora con estos delegados, que están enfrentados con el sindicato de la Alimentación.Además, la toma de la fábrica de galletitas se complementó con piquetes en la Ciudad, que el gobierno de Mauricio Macri endilgó a la Casa Rosada, lo que abre otro frente de conflicto político por la Policía Metropolitana, y los ciudadanos, que saben cómo son las cosas, aislados y cada vez más alterados por la situación, siguieron aumentando la temperatura contra el Gobierno nacional. Sobre las fuerzas de izquierda radicalizadas que empujan los copamientos se halló una novedad: que ahora también los reprimen, aunque el jefe de Gabinete les haya colgado ese mochuelo tan vejatorio al gobernador Daniel Scioli quien, al borde de los 50 puntos de imagen negativa desde donde dicen los expertos que es imposible volver, parece que está dispuesto a resistir, pese a los problemas económicos que abruman a la Provincia y aunque desde Olivos se deje trascender que su tiempo como gobernador ya se agotó.

En relación al desalojo de la ex Terrabussi posiciones más conservadoras argumentan que los desbordes siempre serán más evidentes, cuanto más se han jugado posturas laxas, tal las políticas kirchneristas de los últimos seis años de no criminalización de las protestas callejeras, aunque las mismas entorpezcan el paso de millares de personas y contrapongan el derecho de expresión con el derecho de circulación. En una cuerda diferente, otro tanto le ha pasado al Gobierno con los subsidios a los consumos de gas y electricidad.Más allá de todos estos factores que hacen al extendido tedio social frente a un gobierno que nunca ha priorizado la gestión y menos las estrategias en casi ningún área de ejecución, lo que lo muestra a la vista de todos de bandazo en bandazo, hay todo un trasfondo que liga lo sucedido el viernes en General Pacheco con la visita de la Presidenta a Estados Unidos.

En la diplomacia siempre se afirma que no hay casualidades sino causalidades. Entonces, es imposible no relacionar las declaraciones que hizo el viernes la nueva embajadora estadounidense en la Argentina, Vilma Socorro Martínez, en el contexto de una reunión de cuestiones sociales sobre trata de mujeres: "el desarrollo económico es muy importante y (también) los derechos de los inversionistas", dijo, sobre el hecho de que la alimenticia Kraft Foods sea una empresa de ese país que se siente afectada en sus derechos. Los embajadores no son ingenuos y cuando dicen una palabra es porque quieren que se note.Tras la toma de la planta por el despido de unas 160 personas, algunos de ellos miembros de la comisión interna y otros querellados penalmente por hechos de vandalismo, la producción estuvo parada por 37 días sin que el Gobierno haya hecho otra cosa que llevar a la larga el conflicto sindical. Por eso, los ejecutivos de la empresa habían advertido que iban a trasladar sus penurias a la embajada de los EE.UU. y también se había dejado trascender que Kraft hasta podía abandonar la Argentina.En paralelo, la Presidenta se reunió el martes en Nueva York con una docena y media de empresas de los Estados Unidos y si bien la empresa no fue de la partida, el tema flotó en el aire, como así también el de la ley de medios. En general, su periplo neoyorkino no fue del todo feliz, ya que si bien no recibió críticas ostensibles, fruto de la seducción que intentó encarar para demostrar cierta voluntad de acercamiento, lo cierto es que por primera vez en muchos años no se pudo anunciar ni una sola inversión, salvo difusas promesas que la delegación argentina ni siquiera se encargó de resaltar. Pero hubo algunas bajadas de líneas propias de su temperamento ideológico que, al menos, la hicieron sonar contradictoria. Por ejemplo, en su charla en la Universidad de Columbia, se dio el lujo de criticar sin pelos en la lengua la política de salvataje del presidente Barack Obama con un paquete de estímulos fiscales: "algunos consideraron excesivo, pero para mí gusto es aún poco", dijo. Al día siguiente retó en público al ex secretario del Tesoro de la gestión de Clinton, Larry Summers, por el extraordinario déficit que tienen los Estados Unidos, un país que significa el 25% del PBI (mundial). Para rematarla, frente a los empresarios, también dijo que Obama debería ser más intervencionista, con perdón de la palabra para atender los efectos sociales, entre ellos pérdidas de empleo y de las viviendas, como si un activismo mayor no ahondara cualquier déficit.Otro elemento que no puede quedar afuera para explicar el giro exterior de la Argentina hacia posturas menos combativas y menos heterodoxas es que el Gobierno debió tragarse el jueves pasado un sapo de pertenencia, ya que parece haber comprendido que si se quiere estar en las grandes ligas (el G20) hay que sumarse al consenso y por lo tanto la Presidenta no pudo dejar de firmar el documento final de la Cumbre que aboga de modo preciso por otorgarle al hasta ahora odiado FMI la supervisión de la economía mundial, organismo en el que los países emergentes se han llevado la zanahoria de que podrán incidir con sus votos un poco más (5%). Con todas las letras, y aunque no se menee aún la cuestión en materia de difusión interna y para placer del ministro Amado Boudou, lo que ha hecho Cristina en Pittsburgh fue rubricar, junto a los grandes del mundo, un documento que dice que la Argentina -como todos los demás países- le abrirán las puertas al Fondo Monetario para que determine si las políticas aplicadas por cada país del G20 son coherentes con las trayectorias más sostenibles y equilibradas para la economía mundial.Y para no dejar nada afuera en esta sucesión de hechos que se dieron en la semana, hay que consignar que el periplo estadounidense fue coronado con al menos tres fotografías que la mostraron a la presidenta argentina radiante con Obama, una de ellas en un almuerzo en su mesa junto a Silvio Berlusconi, otra junto a su par estadounidense y su esposa y la tercera, en un abrazo fraternal que recorrió el mundo, fotografía que lamentablemente para el marketing oficial circuló casi en simultáneo con la represión en Kraft. A veces, las casualidades pueden existir, pero en política es difícil.

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